Miedos

Conciencia:

Camina con la cabeza agachada,

vestida de inseguridades,

calzando tacones de tempestades,

maquillaje para no parecer tan cobarde.

Responde al nombre inexperiencia

y su semblante tierno trasmite un mensaje:

«Atácame, mis fuerzas son cobardes».

Miedos.

Ella ve venir de lejos las intenciones y no hace nada.

Y recibe los golpes con el arte de quien está acostumbrado

a perder y no aprender de sus errores.

Ella se hace responsable de sus tropiezos en la misma piedra

y la culpa le impide pelear aunque sus ganas quieran.

Sus palabras están enjauladas

y atadas sus manos jóvenes.

Camina en círculo sobre sus dudas.

Y cuando le golpean, quiere devolver y dar rebote, pero de repente…

Derrama prisas por desaparecer, 

destruye pasos por huir,

explota su mundo interno si eso al resto le hace feliz.

¡Y se quema! Arde en su propio infierno de penas.

Esconde lágrimas que emanan furia.

Y se queda parada, mirando cómo el mundo le da la espalda.

¡Y no hace nada! Tan solo se desarma.

Su voz se apaga y sus miedos mandan.

La culpa se apodera de su alma

y desfilan elegantes los temores escondidos que por alguna razón saltan.

Y salpican y empapan y ahogan y callan.

Ella: ¡Basta!

Conciencia: Gritas, pero nadie habla.

Ella:

El pecho, se encierra en un corsé perfecto

que rompe mis ganas de decirle al mundo

que aquí, en mis adentros sigo siendo humana.

Y de nuevo me invade la culpa esa que tanto desgasta

para pintar en mi lienzo marcas eternas

de esas que sangran.

La culpa se sienta en mi espalda.

Me dirige hacia el fracaso,

quiere convertir en puños los abrazos y en insultos los halagos.

Las palabras quedan atrapadas

por soldados imaginarios

y lucho en batallas que me he inventado.

¡Y que real es su fuego y que falsos sus abrazos! ¿Y cómo explico que siento vivos los latigazos? ¿Cómo desvelo que me abraso sin llamas y sin agua siento océanos mis pasos?

Y no avanzo…

Me estanco e inhalo el humo de la vida para seguir respirando.

Me vuelvo a sentir pequeña ante tu volcán salvaje.

¡Y no aprendo!

Conciencia: «deberías tejer un escudo con las voces que dicen que te derrotan y no construir muros de plastilina que ocultan tu alma rota».

Ella: presumo ante el mundo de ser de hierro y no tener miedo.

Les confieso que he luchado contra dragones reales

que querían, pero no lograban apagar mi fuego.

Y sin embargo, estas ilusiones apagan mi llama,

pisan la hoguera y dejan cenizas de desconsuelo.

¡Y no puedo! Me derrotan mis quimeras, pero venzo a mis dragones reales hasta acabar sin aliento.

Y es que no comprendo cómo pueden los fantasmas dar tanto miedo,

si no existen, si son de humo sus ideas y blancos sus cuerpos. 

Me hielo amiga, me hielo…