A la muerte no se la espera

A la muerte, no se la espera. No es bienvenida. Asusta desde el momento en el
que su último aliento hiela una orilla.

La muerte no es humilde ni sencilla, no da más tiempo del previsto ni le roba
más días a la vida. Es violenta, directa y se pavonea entre las sombras con
trajes de gala hechos a medida.

Por máscara lleva su rostro y por mirada la peor de tu enemiga. Viste de luto
para parecer tenebrosa y temida, pero no llora ni siente pena, es tristemente
severa la actitud con la que radiante camina.

Es sigilosa y amiga de nadie que la sufra en vida. Alardea de poderes que
injustamente le ceden.

Es oscura como la noche, pero viste sin estrellas. Aparece como paisano
camuflándose en nuestras vidas y cuando menos lo esperas es a esta a la que
asesina.

A veces, concede segundos e incluso minutos para aliviar una herida,
y entre escondrijos escucha los balbuceos de cuando eras niña.

La vida masculla: “No rías, no es buen momento, no demuestres aunque en soledad lo
que disfrutas del momento, pero no te tengo envidia. Lloras sin dar aliento,
cantas sin emitir voz, no sientes frio ni calor porque tu alma en algún momento
del pasado se encarceló. Por eso no te tengo envidia ni guardo ningún rencor.
Porque vuelo libremente y disfruto de la vida que tu arrebatas sin perdón”.