Deseos
Luce brillante en su profunda cueva, canta al viento sus secretos y acaricia sin miedos
sus deseos.
Es dueña de cada palmo de su cuerpo y sin coraje se asoma a cualquier
barranco de sentimientos.
Deseos: «No te temo. En la oscuridad de mi cueva, no tengo miedos».
Luciérnaga que se ilumina en la intimidad de sus recuerdos, se descompone si
alcanza a pisar fuera de su invierno eterno.
Libertad: ¡Eterna! Te apagas… Te apagas
cuando encienden con palabras el rubor de tus pestañas. Hibernas tu cuerpo y
también tu alma, escondes tras las rocas tu libertad intacta.
Presumes de alas, pero tienes las plumas deshojadas. Deshojadas por cada amante
que tras los muros espantas.
Libertad: Dueña de tus lunares y tú curva maliciosa, te espero cada estación a la orilla
de tus sombras escabrosas. Y como siempre, te observo y luces bella, danzas miradas
y cumples sueños en cada vuelta. Me miras y te encuentro viva en la oscuridad de tus
adentros.
Deseos: soy libre aquí dentro. Fuera tengo miedo. Déjame ser presa libre en mi
mundo interno
Libertad: «¿Y en mi mundo? ¿En el externo? ¿Cuándo saldrás a mostrarme que hay
detrás de tu reflejo?»
Deseos: «No atravieso ríos ni riachuelos. Me asustan mis deseos. Déjame creerme libre
en este destierro».
Libertad: «Solo una noche al año te conviertes en fénix y de tus cenizas resurge fuego
que duerme en ti permanente. ¿Dónde está esa chica que arrasó mi templo, lamió mis
heridas y prendió en mi la llama del deseo? ¿Dónde está la niña que regalaba su
viento?».
Deseos: «Escondida en este cuerpo. Presa de mis propios temores, enjaulada por mis
amores, custodiada por soldados de hierro».
Sus labios se sellaron y su mirada murió. Esa noche se vistió de luto la alegría y la
lujuria enmudeció. Se despertó, el orgullo, la culpa, el adiós. Y no volvió, jamás
regresó. Se fundió la complicidad con miradas desconocidas que callaban un amor. Se
extinguió. En la silla del olvido, el tiempo se sentó a esperar, consumiendo el polvo de
las mejillas, única muestra del amor prohibido que hubo en ese lugar.
Las lenguas cuentan que nunca aprendió amar, que aquella chica fantasma jamás
supo lo que fue la libertad. Cuentan que fue por miedo al qué dirán y dedicó una vida
entera a ajustarse con el molde de los demás. La libertad se ancló en sus recuerdos,
pero continúo el caminar sin olvidar los besos amargos que da el miedo cuando se
apodera del delicado mar de deseos y tempestad.