¿Habéis visto
alguna vez el dolor?
Dedicado a mi hermana Raquel que con 15 años volvió a nacer.
¿Habéis visto alguna vez el dolor?
¿Habéis visto alguna vez el miedo?
Yo lo vi un jueves cualquiera. Era septiembre, caminaba con rumbo establecido, pero sin ganas.
Descalzaba el tiempo con miradas calladas.
Me sobraba el calor y tu sombra alargada.
Aun así, decidí anclarme a tu pequeña voz que gritaba en susurros:
¡Hoy necesito tu fuerza, hermana!
¿Habéis visto alguna vez al temor?
Yo lo vi un jueves cualquiera.
De repente, sonó el teléfono, se encendió el miedo y todo se heló.
Se apagó el aroma y se esfumó el frescor.
El asfalto arañó tus alas y también mi corazón.
Un arma en ruedas avecinaba lo peor.
La indecente inocencia arrolló la ilusión,
convirtiendo en cenizas los momentos
más tiernos de la adolescente pasión.
El móvil no paraba de piar y entre sutiles mensajes se escuchaba la tempestad.
Un pájaro humano en el horizonte de la verdad.
El ruido de su “voleteos” anunciaba que pronto ibas a llegar.
¿Habéis visto alguna vez el dolor?
Yo lo vi, un jueves cualquiera en tu rostro enmudecido que como retrato en mi
mente se sellará sin compasión.
Un adiós eterno en cada esquina amenazaba con llegar.
Las agujas del reloj se clavaban,
el tiempo se frenaba,
los nervios se aceleraban
y tú mientras, callada.
¿Habéis visto alguna vez el fantasma del adiós?
Yo lo vi, un jueves cualquiera, en el cuerpo de la tierna inocencia,
vistiendo lazos de espuma rota y envuelta en gritos de desilusión.
Ella, siempre experta en bailes peligrosos,
esta vez jugó a mecernos en un vals demasiado tormentoso.
La tierna adolescencia se ha hecho una herida,
su baile está encadenado y su cuerpo sufre condena indebida.
En la caída te estábamos esperando,
fuimos tus piernas, tus manos y tus abrazos.
El milagro fue escuchar tu mirada y observar tu voz,
porque en cada palabra diste destellos de esperanza y perdón.
Ese día ganaste la batalla y tu luz de nuevo brilló.