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Cuentos para

adultos 2

Hay arañazos que ni el tiempo apagan. Ni callan.

Maldita Bestia. Maldito Cupido. Malditos brazos.

 

La puerta de casa está abierta. Como siempre.

-Goya: Otra vez se han ido sin cerrar – pienso
Empujo la puerta y atravieso el pasillo directa a la cocina a por algo de comer.

De repente, me paro. Es mi madre. Está en el baño. Sola:

 Goya: ¿Eh? ¿Hola?
La despistada mirada de mi madre confiesa que no sabía que había llegado. Apaga a escondidas el cigarro y esconde también las lágrimas de sus negros ojos pintados. 

-Mamá: Eh, qué pasa, ¿qué haces por aquí? ¿no deberías estar en el colegio? – pregunta con voz rasgada
– Goya: Si, pero se me había olvidado la fruta para el recreo. ¿Hay manzanas en la cocina? – le pregunto mientras algo en mi interior se remueve fuertemente.
-Mamá: No sé, mira a ver en el frutero del salón- continúa hablando como si aún tuviera ganas.
-Goya: Vale – digo sin atreverme a preguntar qué le pasa.


Se apaga. Bella.

Hago caso a mi madre y retrocedo para volver al salón. De camino, pienso lo que ha tenido que pasar y lo que aún sigue padeciendo.

-Goya: Se lo merece, por todas las veces que apoya a la Bestia, por todos los golpes que guarda en un cajón, latigazos sin nombre que dañan a quien se ponga en su dirección. Bestia– reflexiono con rabia, pero al instante retrocedo – Ella no era así. Le atrapó el miedo y ahora bella, pero vestida de trampas navega en arroyos que emanan de sus ojos. Sola. Bella.

Me marcho y dejo mis pensamientos a un lado. No quiero seguir ahogándome en vasos de lágrimas. De sus lágrimas.

Ya en el colegio. La clase de historia consigue como siempre llevarme a tierras lejanas, a episodios antiguos, a vidas distintas.
Suena el timbre. Hora del recreo. Después, toca clase de ética. Me gusta esta asignatura porque aprendemos a reflexionar sobre temas tabú en voz alta. Me gusta romper el silencio en cuestiones prohibidas. Me gusta que me den alas.
Hoy al final estamos debatiendo sobre las mujeres maltratadas. No sé como hemos acabado sacando el tema, pero aquí estamos intentado solucionar el mundo:

– Compañeras: La culpa también es de ellas, de las mujeres maltratadas que lo consienten. Deberían quitarse los miedos y tirar para adelante – pronuncia una compañera en voz alta, mientras el resto apoya su grito.
Goya: ¡No es tan fácil!- se me escapa
– Profesora:  ¿Por qué crees que no es tan fácil? – pregunta la profesora con un tono de voz que deja entrever su curiosidad por tan rápida respuesta.
– Goya: No es tan sencillo. Quizá sea porque ni ellas mismas saben que son mujeres maltratadas, ni si quiera creo que aún cuando son conscientes les guste que les llamen así. Quizá porque borran los golpes para no perder o perderse o porque no saben borrar las marcas sin borrar su pasado y no sepan aceptar que todo es mentira, incluso los abrazos. No tiene que ser fácil. Quizá porque creen que no van a volver a caer o porque cuando lo viven minimizan los daños. No lo sé.

Joder. Mamá. Ya entiendo porqué temblabas.

Y fue en ese preciso instante cuando me di cuenta de lo que estaba pasando. Mi madre era ese tipo de mujer de las que salen en los telediarios, de las que nadie habla hasta que asestan el último y definitivo golpe. Nadie habla. Ni si quiera la familia.
Hasta ese día no supe que la situación que vivíamos tenía nombre. Sabía que sufría, sufríamos, había discusiones, peleas, pero como en todas las casas, pero ¿quién iba a pensar que Cupido y la Bestia tuvieran un pacto?

Joder mamá. Maldito engaño. Cupido nos había vendado los ojos a todos y atado las manos, y mientras la Bestia jugaba con sus flechas a adivinar a quien hacía más daño. Cómplice.
Joder mamá. La puta Bestia cogió las flechas del Cupido de los cojones y te hirió de “corazón”. Y tú, temerosa y valiente escondías la sangre que derramabas, pero el fluvial de tus mejillas no callaba. Eso es lo que te ocurría.

Joder mamá. Lo siento, pero en la conquista de la Dama, los alfiles caíamos despacio. Era como un juego peligroso, pero un juego en el que todos resucitaban. ¿Siempre?

.

.

.

Diez años después vuelvo a entrar en casa y, aunque la Bestia hace tiempo que no aparece, sus acciones dejaron marcas.

Marcas en el alma. Ya no hay golpes, pero hay manchas:

– Goya: ¿Hola? -entro en casa de mis padres. De nuevo, estaba la puerta abierta. Como siempre. Cruzo el pasillo en busca de alguien y encuentro a mi madre en el baño.
– Mamá: ¿Qué haces por aquí? – esconde el cigarro y tras el humo atisbo sus ojos mojados.

No se han borrado. Hay arañazos que ni el tiempo apagan. Ni callan. Maldita Bestia. Maldito Cupido. Malditos brazos.

 

 

 

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