Capítulo 9
El amor es un arte
No tengo o no suelo tener miedo a enfrentarme a hojas en blanco. De hecho, me encanta comenzar historias, pero también disfruto desenlazándolas. He tardado muchos días hasta que por fin he decidido sentarme a escribir este capítulo y no porque tenga pocas anécdotas que contar, sino por temor a que sin leer el final se deje una huella/idea equivocada, pero como no soy Dios omnipresente ni lo pretendo me sumerjo en este capítulo. Todo un reto porque roza casi el presente de mi vida y asusta mucho hablar sin perspectiva.
Lozoya me dejó con un sabor de boca dulce y apacible. Lozoya fue como una película Disney y me hizo volver a creer.
Me vestí de inocencia completamente para darle la bienvenida a los días espinados y también a aquellos en los que salía el sol. Sin embargo, volví a creer en todo, menos en el amor.
No era ninguna sorpresa, desde hacía mucho tiempo que no lo hacía. Ni Lozoya ni películas Disney. El amor no existía y enamorarse era pasajero, pero no malgastaba fuerzas en que los demás pensaran como yo. Si querían estar engañados, era su problema.
Había visto el lado oculto y oscuro de la luna y creedme, sabía a desencanto.
El amor era una trampa que como tal se vestía de dama o caballero en apuros para que alguien les salvara y una vez en sus redes, les despojaba de identidad, libertad, carácter, luz, vida.
El amor caminaba suave, pero cuando golpeaba hasta el mismísimo Cupido se rompía.
Mi criterio era el resultado de mis experiencias, no tanto personales como de vida y estaba plenamente convencida de ello hasta que derrumbaron mis argumentos (digamos que mi endereza no es mi fuerte).
Un día la profesora de religión nos dio una lección de vida que seguiré trasmitiendo y llevando conmigo:
“La carta de presentación del amor es su pureza, su magia, es su alegría, seguridad, confianza, fe, fortaleza, pero esa es solo una de las caras del amor. El amor es un cubo y en cada lado muestra un mensaje que termina dando la tan anhelada forma. En esos lados también aparecen discusiones, inseguridades, miedos, dudas, agitaciones, cambios. Y cuando todo suena en armonía, es cuando se produce la magia del amor.
El fallo está en que cuando aceptamos el «cubo del amor» solo vemos la primera cara y cuando el tiempo nos va mostrando el resto, le damos una patada y maldecimos al amor y a cualquier Dios por entregarnos un cubo/corazón roto, pero ¡sorpresa! No está roto, tan solo hay que aprender a leer y a mirar más allá de nuestros ojos. Aceptarlo, con lo bueno y lo malo, porque, ¿qué sería de la alegría sin la tristeza?” (la película Del Revés lo muestra perfectamente). (no recuerdo las palabras exactas, pero más o menos ese era el mensaje dándole una forma un poco más poética)
Y en efecto, esa era la razón. Nos educan a decir buenos días al despertar y buenas noches al acostarnos, a tener buenos modales en la mesa, nos enseñan a hablar, a decir gracias cuando nos dan algo y perdón cuando nos equivocamos. Nos advierten que el rencor te consume y el odio es su aliado.
Y todo eso, ¡por supuesto que es necesario!, pero ¿quién nos instruye en el amor?
Amar y saber amar es un arte que no se enseña. Te lanzan al vacío y a veces ( tan solo a veces) tras muchos años de experiencia terminas encontrando respuestas.
Genial, pero ¿cómo se enseña a amar? ¿quién puede ser nuestro maestro? ¿existen normas, leyes, excepciones…?
Imagino que la respuesta es que nosotros somos nuestros propios maestros, que para querer al mundo tienes que quererte a ti misma/o, pero me sigue resultando demasiado poético y poco práctico. Me sigue faltando algo. Me quedo con la siguiente frase del famoso Ernest Hemingway a la que he hecho una pequeña adaptación: «Necesitamos dos años aproximadamente para aprender a hablar y 70 para saber amar» (la real dice «callar»)
Quizá os estéis preguntando, vale y todo esto, ¿por qué?
Principalmente, porque es muy difícil resumir tu vida en un mero título sin verse sobresaltado por acontecimientos y segundo y en este caso, más importante, porque fue aquí en Pinilla donde no solo descubrí al amor, sino que lo encontré.
Y todavía el amor estaba hecho polvo, repleto de arañazos, miedos y manotazos, pero aun así se acunó entre las manos del que es y será la pasión de mi vida, con el que he evolucionado y aprendido que el amor, aunque nos quieran convencer de ello, no es egoísta.
Pero esta lección no la aprendí hasta después de mucho tiempo.
