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Capítulo 21

HASTA DAR LA VIDA

 

 «Soy de ti, soy sin más. Ese grito que viaja en el aire. Y te hace volar Ese grito de amor. Ese grito de paz Ese canto a la vida.

Porque el sueño está en mis manos. Si tú quieres lo salvamos. Y que nadie nos empañe la razón»

Vanesa Martín.

A veces olvidamos que antes de llegar nosotros al mundo, ya había vida. Por eso escribo este texto para recordar (me) toda la entrega.

 

A mi tía: porque sus actos hablan, pero para ello hay que darles voz.

 

Todos tenemos a alguien en el que pensamos cuando nos invade la felicidad o nuestra esfera de cristal parece desquebrajarse. Ese ángel de la guarda que atiende cualquiera de tus llamadas. Ángeles que intuyen tu dolor, tu pasión. Saben cuándo alejarse y cuando estar cerca. Son seres llenos de magia, aunque a veces no lleguen ni a saberlo.

 

En mi caso, si tuviera que señalar a alguien de mi familia, no tengo dudas. Mi tía Conchita, la hermana de mi padre. Ella es Hija de la Caridad y su elección de vida le ha llevado a tener el foco en otros puntos. La mayoría del tiempo ha estado fuera de Madrid, atendiendo sus compromisos con la comunidad y con su opción de vida. Sin embargo, su familia y especialmente sus sobrinos siempre hemos estado entre sus prioridades.

 

Dicen que para conocer los gustos y los intereses de alguien, basta con echar un vistazo a su habitación. Detenerse y observar que cuelga en sus paredes, qué recuerdos guarda en el cajón. Dicen que aprendes a descifrar a la persona y a conocer realmente cuál es su pasión. Por eso, adoro visitar el hogar de las personas a las que quiero. No es misión cotilla, me sirve para cargarme de ideas, empatizar con ellos.

 

La habitación de mi tía enmarca fotografías de su familia, fotos de sus sobrinos. Una habitación austera con pocos bienes y mil gentilezas del paso del tiempo. En sus muros exhibe orgullosa sus más valiosos trofeos: su familia, su vida, su anhelo.

 

Desde niña me está salvando. En ocasiones, cuando en mi casa parecía que la oscuridad vencía a la luz, recuerdo su voz como mecha encendida evocando esperanza, seguridad, calor…

 

Cuando tenía que llamar a mi tía, solía ser en modo auxilio, para contarle que estaba cansada de ver cómo no sostenía las promesas el que ordena, cómo resistía cansada a “los golpes” de la vida la que da vida, cómo ahogaban los gritos de aquellos que miran.

 

Y, entonces, ahí estaba ella, para salvarnos, para salvarme. Ella escuchaba mis quejas ante lo que me había tocado vivir. Descolgaba el teléfono para atender mi llamada y  daba igual que estuviera reunida o rezando. Y, es que, un ángel te atiende desde cualquier punto del mundo, con hora inconcreta y  tiempo indefinido.

 

Entonces, tomaba aire y me hablaba de valores, responsabilidad, firmeza, entereza, sentido común. De vida. Y yo, no le entendía. Siendo sincera, sentía que sus palabras escocían, eran ácidas.

 

 

“La familia no se elige Ainhoa, esta es la que te ha tocado a ti y tienes que lidiar con ello. Puedes permitirte estar mal 1 o 2 días. Al siguiente, te levantas y a continuar”.

 

Mi ángel de la guarda con sus alas sacudía los miedos, me abrazaba en la distancia y me llevaba lejos. Un vuelo agridulce que me enseñaba a ser resiliente aun sin saber qué significaba aquello.

 

Me pedía ser adulta en cuerpo extranjero, un cuerpo con manos de niña.

¡Pisa con pies de acero! Me pedía. Ella reivindicaba un canto a la vida y yo me ahogaba. ¿Acaso aquello era consuelo?

 

No supe todo lo que me había enseñado y me sigue enseñando hasta que adquirí más consciencia y tomé perspectiva.

Si tuviera que elegir una palabra que describiera a mi tía Conchita sería sacrificio. Entrega y privación de sus deseos a cambio de nada. Un gesto incondicional que emana de lo más profundo del corazón. Hay que estar en otra esfera para comprender que amar así es posible sin tener otros intereses.

 

En mi memoria residen pedacitos de sus enseñanzas y en mi corazón semillas que ahora brotan agradecidas por tanto amor.  

 

Recuerdo verla conducir una furgoneta cargada de comida, ropa, material escolar y juguetes para nosotros. No prestaba atención a los kilómetros, su destino éramos nosotros. La nieve y la lluvia no eran impedimento porque en eso consiste el sacrificio, en traspasar barreras y saltar obstáculos. Y eso solamente se consigue teniendo el amor y la actitud por bandera. Como ella. Ojalá vierais como esquiva balas, traspasa muros. Arma murallas cuando ama. Un milagro en la tierra oculto.

 

El lema de las Hijas de la Caridad es “entrega y servicio a los pobres”. Mi tía siempre ha dicho que no había que irse muy lejos para ayudar. Por esa razón, tuvo a su familia como lanzadera de ideas, como apoyo en la adversidad. 

 

Recuerdo ver a mi abuelo ofrecerle dinero y ella aceptarlo con la promesa de utilizarlo en beneficio de nosotros, sus sobrinos y de su hermano(mi padre). Ese dinero se lo entregaba a su hermano para cargar de gasolina el coche, la caldera para servirnos calor, rebosar la despensa de alimentos, cubrir la casa del pueblo. Un derroche de generosidad, nobleza, misericordia, humanidad. Caridad. Gestos que llenaban de fuego nuestros días y alimentaba nuestras almas.

 

Era a ella a quien le pedíamos que nos comprase aquello que realmente era preciso. Todos sabíamos que mi tía no iba a  pagarnos el videojuego actual, ni las zapatillas de moda, ni un móvil de última generación. Ahora bien, si necesitábamos cortarnos el pelo, una falda nueva para el colegio, ropa interior, etc, ella se prestaba a ello. Sin obtener nada a cambio.

 

Recuerdo como renunció con su eterna generosidad a las ganancias de un piso en favor de su hermano.

Recuerdo las tortitas del VIPS acompañadas con lecciones sobre el sacrificio: «tú eres la segunda de doce y tienes que cuidar de tus hermanos” me decía entre bocado y bocado. Y así, parecía que el mensaje calaba mejor.

 

Recuerdo las visitas al Zoo, al Retiro y mil aventuras que vivía y compartía con nosotros.

No, no éramos su única opción. Mi tía podría haber escogido a sus “hermanas” de comunidad”, compañeras y amigas. Sin embargo, nos elegía a nosotros con la esperanza de que ese dar tendría recompensa: amor.

 

Recuerdo ver como dejaba todo aquello que estuviera haciendo si la necesitábamos, recuerdo verla repartir en la furgoneta con mi madre cuando por el camino de la vida la niebla  nublaba el paso, cómo fue luz cuando la noticia de Raquelita nos sacudió a todos y nos pilló de improviso.

Ojalá vierais cómo su fuerza espanta al enemigo, al miedo a las prisas. Ella en sí misma es puro desafío. Hasta dar la vida, reza su estado de whatsapp. Y lo cumple hasta el delirio.

 

No solo me salvaba a mí, sino a cualquiera de la prole. Si tenía que pagar un curso de monitores, una academia de policía o cualquier sacrificio por la educación, lo hacía. Es profesora y directora de un colegio y sabe que, al final: “la educación permanece ante la inclemencia del futuro”. Si tenía que ahorrar dinero para el futuro incierto de Juan, lo hacía.

 

Y creaba en la sombra.

 

Si tenía que convencer a todo un claustro de profesores para que uno de sus sobrinos obtuviera un aprobado y el certificado de Bachillerato, lo hacía. Se peleaba con cien mil dragones. Incluso con los suyos internos. Y de regreso a casa, en silencio, continuaba su camino.

 

En la sombra.

 

 Hablo en pasado, pero ella sigue aquí, al pie del cañón. Hace tiempo descubrí que hace muchas más cosas por nosotros de las que yo veía. Descubrí que opera en la sombra.

   

Detrás, lejos del escenario y alejada de los focos aparece. Y, es que, cuando se cierra el telón, sale ella. Prepara la escena, gestiona el espacio, invierte su tiempo y cuando de nuevo el telón se abre, se esconde y deja que surja todo como por arte de magia. Cuando la magia emana de su interior.

 

Sabe que los aplausos no son para ella, pero los acoge como si lo fueran. Ella es el ejemplo de liderazgo en la sombra, sombra que ahora toma forma y se ciñe cual bestia. Le amenaza con el olvido, le castiga y ensucia su camino. No hay justicia. 

Sé de buena fe que sigue arropándonos el camino. Lo que no saben los cuervos que sus ojos quieren sacar, es que hace años que tiene sus ojos en bandeja y, por eso, ciega de amor fraternal e incondicional, acomete actos que de otra manera, sin ceguera, no se podrían realizar.

 

Hace 5 años su paz se vio quebrada. Se vino a Madrid tras la muerte de mi abuelo y su misión cambió. Dejaría de vivir en la comunidad de las hermanas entre semana para acompañar a su madre y atender a su tía Conce. O lo que es lo mismo: renunciaba a su vida por su familia. Una prueba más de su generosidad sin límites. Sería un cambio muy grande. A cambio de nada.

Ella estaba acostumbrada a la paz, al orden y respeto que reinaba en la comunidad. Y en poco tiempo, todo lo que había estado construyendo durante más de 20 años se desmoronó.

 

 

Hubo algo que la hacía brotar.

 

Basiliscos que mordían y herían. En ocasiones, perdió la calma y ni la culpo ni juzgo. Mi familia tiene el poder de desatar tus peores delirios. Y además, todos tenemos defectos. ¡qué coño…!

 

Su error fue asumir el rol de “intentar educar” a sus sobrinos. Error que paga con creces con la indiferencia y olvido de algunos cuervos entumecidos que cubren de heces su legado, ensucian su nombre y arañan el mío.

 

Haz algo mal y te recordarán por ello y olvidarán las mil veces que salieron a tu rescate. Y así es de injusto es el paseo por esta vida.  

 

Su mar de sacrificios se tiñe de injurias y brota de sus ojos el hastío. Tiembla de pena y rabia, de amor y odio, de soledad.

Su mirada esconde lo que sus labios callan: hasta dar la vida. Por amor.

 

 

 

 

 

 

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