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Capítulo 20

 

 

 

 

Secuelas 

 

 

 

 

“No voy a soltarte hasta que lluevan rosas del cielo”

Y no la soltamos. En ningún momento.

Al día siguiente, llegué a primera hora de la mañana. La Tierna Adolescencia aún estaba en la UCI.

Respiré profundo. Estaba lista para entrar de nuevo, pero tenía que concentrarme para mantener la calma. Ante todo, Raquel tenía que verme tranquila y serena.

Entré.

Y allí estaba, la Tierna adolescencia tumbada y despierta. Una tenue sala me daba la bienvenida y junto a la puerta, se encontraba ella. Era una habitación muy amplia, rodeada de camas de hospital que escondían cual perla en su interior el inicio de la vida. Tenías que fijarte para apreciarlo, pero cuando los ojos conseguían adecuarse a la escasa claridad, les veías. Bebés recién nacidos enchufados a máquinas que les insuflaban vida mientras las madres acunaban como podían sus dolores e intentaban callar sus miedos:

– ¿Has visto que pequeñitos? Pobrecitos…– me dijo Raquel dirigiendo una mirada pensativa hacia ellos. – ¿Qué me ha pasado Ainhoa? – continuó mientras intentaba mirarme.

– Has tenido un golpe Raquelita cielo, pero estás bien.

– No puedo moverme Ainhoa…No estoy bien

– ¡Tranquila! Mantén la calma

Y se echó a reír mientras decía en voz alta que no recordaba nada. Su risa paracaídas había salido en su rescate.

Y continuó mirando a su alrededor. Entre todos, habían tejido una red de esperanzas que incluso podía sentirse. La magia del amor incondicional. El de una madre, expertas tejedoras de trampas para cazar miedos.

En ese momento,  entró el  médico por la puerta y tanto mi hermana como yo teníamos infinitas preguntas que hacerle.

Llevaba un espejo en la mano.

  • A ver, ¿Raquel? Has tenido un golpe muy fuerte estás viva de milagro – dijo el médico sexagenario con un toque de humor en sus palabras. Continuó

  • Veamos, esto es más fácil así – y levantó el espejo situándolo enfrente de Raquelita. La escasa movilidad de mi hermana y la rápida actuación del médico pillaron por sorpresa a Raquel que se vio reflejada en el espejo y pudo ver por primera vez el recuerdo de lo que había ocurrido tatuado en su piel. Su propio rostro le dio un duro golpe.

Rompió en gritos silenciosos, sus batallas internas despertaron y mientras negaba con la cabeza, cerró los ojos y se echó a llorar.

  • Ainhoa que me ha pasado, ¡joder Ainhoa! – repetía incansablemente Raquel.

Tuve que salir de la habitación. El doctor haría o no lo correcto, pero créanme, en ese preciso momento se me pasó por la cabeza de lo más perverso total de hacerle callar.

La red de esperanza se desquebrajaba.

Ya no me dejaron entrar más. Al menos, esa mañana. Por la tarde, la subieron a planta. ¡Buena señal.

Pasamos la tarde juntas y su ánimo mejoró. Poco a poco, se atrevía a hacer un guiño a la realidad.

El golpe de la cabeza disminuía asombrosamente. Su aspecto también mejoraba.

Sin embargo, aún había situaciones con las que lidiar.  Llegó la noche y mis padres aún no habían sido capaces de ir a verla. No encontraban el valor ni las fuerzas y yo temía que llegara el momento. Les llamé y les dije que, aunque les costara, tenían que venir. A las 21:30 h entraba por la puerta del hospital mi madre. Al final del pasillo vi su figura y alrededor de ella, una nube acelerada de prisas y dolor. A unos pasos de entrar por la puerta detuve sus intenciones:

  • Mamá, recuerda, entra con calma, no le transmitas tristeza. Ella está bien.

  • Vale – me dijo inundando de promesa vacías sus palabras mientras sus ojos me contaban lo que realmente iba a ocurrir.

Entró por la puerta y, tal y como profetizaban sus pupilas, se dejó llevar. Se cayó de rodillas al suelo y comenzó a gritar.

Raquel al verlo rompió a llorar aun con dificultades.

  • ¡Mamá por Dios! ¡Mantén la calma! – le agarré de las manos para incorporarla y acabar con aquello.

Y así pasaron los días entre paredes blancas de ilusiones, pasillos estrechos de esperanza y esquinados cargadas de miedos. Quince días estuvo en el hospital. 15 estuvo tumbada sin moverse. Los médicos nos dijeron que cuanto más quieta permaneciera, mejor soldarían los huesos y menos probabilidades tendría de que aparecieran secuelas. Así que, allí nos plantamos con la misión de custodiar sus movimientos, controlar sus gestos y arropar su corazón.

Una de las primeras mañanas en el hospital el médico de Raquel se dirigió a nosotros para contarnos cuál era la situación:

– No podemos garantizar que vuelva a andar, pero eviten comunicárselo porque no es necesario causarle ese dolor sin estar seguros. Tampoco podemos afirmar que pueda quedarse embarazada, pero es joven, muy joven y eso son puntos a su favor. De modo que, lo único que está claro es que es un proceso lento porque los huesos tienen que soldar solos.

– ¿Y operarla?

– Hemos descartado esa posibilidad por la misma razón: su juventud ayudará a que los huesos recuperen pronto.

Vale. El proceso iba a ser largo eso estaba claro, pero nunca nos imaginamos cómo ni cuánto. Así que, nos fuimos preparando. Hicimos un cuadrante para que estuviera acompañada en todo momento: mañana, tarde y noche.  

Todo fluyó con normalidad: mañanas aceleradas, tardes de visitas y noches de soledad. Desde luego, algunos días se hicieron más pesados que otros. Recuerdo una noche en particular, de esas que saben amargas y duele revivir.

 Raquel estaba conectada a tubos y máquinas que le suministraban morfina y mantenían sus constantes controladas. Una de esas máquinas enganchada a su brazo emitía un ruido estridente y molesto cada vez que Raquel intentaba moverse.

El protocolo de actuación era el mismo siempre: si Raquel se movía tenía que venir la enfermera y pulsar un botón para silenciar el sonido del mal. Durante el día era más llevadero, pero cuando llegaba la noche y se dormía la situación se complicaba. Raquel se movía más y la máquina no paraba de sonar en intervalos muy cortos de tiempo.

Una noche, las enfermeras cansadas de escuchar aquella ensordecedora alarma decidieron atarle los brazos a la cama mientras mi Tierna Adolescencia dormía. Así, evitarían que se moviera. Pasados 15 minutos Raquel se desveló y al verse atada comenzó a llorar de forma desconsolada.

  • ¡Que no me aten Ainhoa! Joder que no puede moverme de pies coño! – suplicaba tiñendo de insultos sus palabras.

Así que, como podéis imaginar me inundó un horrible sentimiento por haber dejado que le ataran y fui a pedirles que se lo quitaran. Por lo que, tuve que comprometerme a que no volviera a sonar y, por lo tanto, que no se moviera ni se rascara. 

La máquina dejó de sonar. Y la Tierna Adolescencia durmió sin interrupciones sonoras.

Al cabo de unos días, los médicos nos dijeron que teníamos que marcharnos a casa porque Raquel lo que necesitaba era que sus huesos se soldaran y eso solo ocurriría con tiempo.

Así que, nos encontramos con una situación de compleja solución: Raquel aun no podía moverse ni siquiera para hacer sus necesidades. De eso, se encargaban las enfermeras  que entre cuatro o cinco le aupaban con cuidado y le ponían lo necesario. El único movimiento que realizaba era  con la cabeza. Ni si quiera se sentaba.

No podíamos llevar a la Tierna Adolescencia en esas circunstancias a casa, y más concretamente en mi casa con la enorme jauría de grillos revoloteando.

Desde cualquier perspectiva, era inviable.

Así que, buscamos un centro privado en el que pudiera rehabilitarse. Un centro en el que pudieran estar bien atendida.

Lo encontramos y aquel centro se convirtió en su hogar durante 5 meses.

Pasado 1 mes y unos días Raquel ya podía sentarse y al tercer mes ya pudo ponerse de pie y fue dando sus nuevos primeros pasos. La vida era más bonita si ella dibujaba de nuevo el camino.

Mi valiente.

 Sin embargo, aún quedaban muchas secuelas, físicas y de espíritu.

Muchas cicatrices por sanar. Mucho camino. El Tiempo tenía que darnos tiempo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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