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Capítulo 12

Semáforos en rojo

 

Cuando estés en el extremo de la cuerda, ata un nudo y agárrate” Theodore Roosevelt

Y eso hacía. Me agarraba con fuerza para no soltarme, para no soltarles. Sin duda, como escribí en el capítulo anterior, puedo contar muchas anécdotas tanto positivas como negativas, pero estas últimas a veces dejan más huella.

Tengo muchos recuerdos en salas de urgencia, en salas de espera:

-esperas, esperas, esperas… esperanza.   

Por desgracia, la mayoría de las veces cuando hemos acudido a urgencias nos atendían “de forma inmediata” y quizá diréis, ¡qué suerte! ¡No hay que esperar ni 4, ni 2, ni 1 hora!

Imaginaos la gravedad del asunto que nos ponían el maldito “puntito rojo”. 

No sé si todos los hospitales se rigen por el mismo método de clasificación, pero en los que he ido había un cuadro explicativo en el que según los colores se clasificaban a los pacientes priorizando la gravedad de los casos: 

azul sin urgencia,

-verde urgencia menor,

-amarillo urgencia,

-naranja emergencia,

-y rojo resucitación.

No tengo nada en contra del color rojo, pero en esos momentos lo único que pensaba era: “Por favor, que no nos toque el color rojo…”

Solo contando a mis hermanos fueron que pueda recordar 4 ocasiones.

4 casos de urgencia.

4 putos puntos rojos.

Maldito semáforo de emergencias. Ojalá hubiera podido “saltármelos”, apretar el acelerador y sin mirar atrás dejarlo pasar.

Uno de los puntos rojos en los que no estuve porque tenía 5 años fue cuando mi hermana Mariu se rompió el bazo en el colegio. Estuvo 1 mes ingresada. Por edad, tampoco estuve en las innumerables veces que mis padres fueron a urgencias con Tino. Jesús nació con anginas y vegetaciones que le impedían respirar y llegaba a ponerse hasta de color morado y negro (esa imagen la tengo grabada). Pasó por 3 bronconeumonías y un par de bronquiolitis.  Con 3 meses le operaron de vegetaciones y con 5 años una vez más pasó por quirófano para aplacarlo del todo. 

Ahora y el capítulos sucesivos voy a hacer un pequeño paréntesis para contaros mis pequeños puntos rojos.

Año 2008. Primer punto rojo (para mí)

Era la hora de la cena y estábamos todos sentados esperando a que llegaran los platos. Juanito tenía 3 años y estaba sentado en la trona.

Mi madre estaba haciendo sopa y filetes de cinta de lomo. Lo recuerdo como si fuera ayer.

Junto a mi hermana la mayor nos encargábamos de llevar los platos y servir la comida. Antes de ponerlos en la mesa, mi madre advirtió:

«La sopa está muy caliente. No la sirváis todavía».

Dejé la olla en la mesa de los mayores y trasmití el comunicado: “está hirviendo, ¡cuidado!

Debíamos esperar, pero no se hizo. Primer fallo técnico.

Entre el ruido y el bullicio no debieron escuchar la advertencia, así que le pusieron a Juanito el tazón en su trona. Segundo fallo técnico.

De camino a la cocina en el largo pasillo de mi casa no tardé en escuchar los gritos.

Juan se había tirado la sopa encima completamente, empapándose desde el cuello hasta los dos muslos de las piernas. Por suerte, el babero y la camiseta que llevaban dejaron a salvo el torso.  La parte inferior tan solo le cubría un pañal.

Salí corriendo por el estrecho pasillo y pensé: «no será para tanto…»

Llegué y ante la situación los chicos se habían quedado bloqueados. Mi hermana Mariu también. Sin embargo, mi amiga María que esa noche estaba allí acompañándonos como muchos otros días estaba intentado sacar a Juanito de la trona sin éxito porque tenía el cinturón.

Me acerqué y le ayudé a sacarle. Una vez fuera vi que tenía la piel del muslo en carne viva y yo nunca tuve más vivas las ganas de ayudarle y aliviarle. Le llevé directo al baño. Vertí agua fría sobre sus muslos y su cuello.

A día de hoy sé que hice bien, pero en su momento tenía 14 años y no sabía si iba a ser bueno o malo, pero algo tenía que hacer para calmar aquello. Mi padre no estaba en casa así que, mientras le echaba agua grité:

  • ¡Tenemos que irnos a urgencias! ¡Llamad a papá!

Mi madre ante situaciones así tiende a flaquear igual que mi hermana la mayor. Quizá porque saben que hay alguien a su lado que reaccionará.

Tapé la pierna de Juan con una toalla sin llegar a tocar la quemadura para que no se quedara pegada.

Mi tía me acompañó y bajamos al portal a esperar a que mi padre llegara con la furgoneta. Era una de esas noches en las que mi padre no estaba preparado. No vestía capa de superhéroe ni de padre y el único atuendo que le cubría eran sus enrojecidos ojos. Tercer fallo técnico.

De nuevo, maldito color rojo.

De camino al hospital, pasé mucho miedo. Con Juan en los brazos y sacando por la ventana un pañuelo blanco, conducíamos en dirección contraria por ni más ni menos que la calle Alcalá.

Y en ese momento recé a cualquier Dios que me quisiera escuchar.

Juan iba cerrando los ojos y yo con movimientos intentaba que no se durmiera.

Contra todo pronóstico…Llegamos al hospital.

Mi padre se quedó aparcando y mi tía fue a acompañarle…

Me quedé con Juanito en los brazos y mientras lloraba le pedí a la mujer de la ventanilla que por favor le atendieran. Y fue entonces cuando nos dieron el punto rojo: paramos el tráfico para pasar

Aún hoy al escribirlo y recordarlo lo siento. 

Pronóstico: quemadura de tercer grado o lo que llaman una quemadura total. La dermis y la epidermis quedan destruidas y también terminaciones nerviosas. Al destruirse las terminaciones nerviosas, la quemadura se tacha de indolora.  Tuvieron que hacerle 3 injertos de piel y sesión de curas en las que tenían que anestesiarle porque eso sí que no era indoloro.

Segundo punto rojo: Carmen

 

 

 

 

 

 

 

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