Capítulo 11
Anécdotas curiosas
Hace poco me sugirieron escribir algún que otro capítulo sobre anécdotas graciosas en una familia numerosa. Y lo haré, pero contaré anécdotas graciosas y no tan graciosas. A fin de cuentas “Alegría” no puede vivir sin “Tristeza” y viceversa. En realidad, de eso se trata este blog, de desnudar mi experiencia y contar historias y anécdotas de una familia numerosa, aunque no de manera tan concentrada. En este caso, es un capítulo complicado porque… ¿por dónde empezar? Además, mi memoria no es que me ayude demasiado en estas ocasiones. ¡Gracias cabecita!
Comenzaré con “anécdotas curiosas». Más adelante ya irán las tragedias, ¡No os preocupéis! ¡Hay para todos! 😉
En una familia numerosa la llegada de un nuevo nacimiento cada uno lo vivía de una manera distinta. Teniendo en cuenta que entre mis hermanos nos llevamos muy poca diferencia, dependiendo en la fase de vida que se encontraran así lo asimilaban: infancia, adolescencia, proceso de madurez, etc
Para que os hagáis una idea estas son las edades actuales de todos mis hermanos:
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Mariu: 26 años
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Ainhoa (la misma): 24 años
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José María: 22 años
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Nohelia: 19 años
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Jesús (Tino): 18 años
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Raquel: 17 años
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Samuel: 15 años
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Verónica: 14 años
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Juanito: 13 años
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Nazareth: 11 años
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Uriel: 9 años
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Carmen: 8 años
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Y, no ya no más (bueno sí, pero ya os contaré más adelante)
De modo que, si nos paramos a pensar los que más distancia nos llevamos somos mi querido hermano José María y yo (2 años y 8 meses) ¡Yuju!
La explicación es sencilla: entre nosotros mi madre tuvo su primer aborto.
Y los que menos se llevan son Samuel y Verónica (1 año clavado). El resto oscila entre 1 año y 9 meses, 1 año y 5 meses, 1 año y 4 meses, 1 año y 3 meses y mi hermana María Eugenia y yo con 2 años.
Era un peligro que llegara un nuevo miembro al hogar porque eso suponía el destierro absoluto del anterior, dejar de ser el mimado para pasar a mis pequeños brazos. Era una destitución del trono en toda regla y los pequeños claramente no lo veían bien por lo que luchaban por defender su posición.
Recuerdo la reacción de Verónica cuando Juanito llegó por primera vez a casa.
Lo primero que hizo en un momento de despiste nuestro fue ir directa a la cuna e intentar por todos los medios meterse dentro para tirarle del pelo. ¡Un espectáculo!
Sus intentos fallidos le hicieron plantearse un camino más sencillo: tirarle del pelo mientras mi madre le daba el pecho. ¡Qué haces ahí si ese era mi sitio hasta hace unos meses! ¡Usurpador!
El resto nos adaptábamos. Algunos intentaban por cualquier vía llamar la atención, esa que tanto falta en las familias numerosas. Lógico. No da tiempo a atender tantas peticiones al mismo tiempo ni a escuchar 5 historias a la vez por lo que organizas tu mente para responder y agudizar los sentidos para cuando es realmente necesario. En este punto tengo que confesar que con mis hermanos soy una experta. Suena fatal, pero tengo un maldito don para desconectar y prestar atención en el punto de la historia que más se necesita. Mis hermanos dicen que les ignoro, pero es por fuerza mayor os lo aseguro, sino mi cerebro explotaría. Eso si como ventaja cuando tengo que prestar atención porque la situación lo requiere, reacciono rápido y sin bloqueos. ¡Mini punto para mí!
Un poco triste, pero así es. En mi casa mis padres no se preocupaban de cómo llevábamos los calcetines; tan solo si los llevábamos, no se preocupaban de si la ropa que llevábamos puesta era la de nuestro hermano el de 3 años; se preocupaban de que fuéramos vestidos…En mi casa era y sigue siendo (ahora a otros niveles) cuestión de supervivencia. Hay un pequeño reglamento no escrito que los padres deberían contarnos:
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Es bastante probable que nos olvidemos de ti en el colegio y que nos demos cuenta solo cuando entremos en casa.
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Es bastante probable que se nos olvide prepararte el desayuno y que tan solo con 4 años o coges las riendas y te lo haces tú mismo o no desayunas (extrapolable a la merienda).
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Es bastante probable que firmemos notas suspensas en modo “carrerilla” y no te regañemos. (qué ventaja eh).
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Es bastante probable que en casa haya amigos y creamos que es otro hermano más. Total una cabeza más…
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Es bastante probable que tu cuna dejé de ser tu lugar para dormir en escasos meses y por consiguiente, es probable que durmáis de dos en dos según tamaños.
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Es bastante probable que te vistas solo y aprendas rápido a diferenciar en qué estaciones tienes que ponerte abrigo y en cuáles no, porque en la revisión matutina se puede pasar por alto.
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Es bastante probable que vayas al colegio sin lavarte la cara porque no te revisemos bien, pero tropezarás una o dos veces, a la tercera ya nadie tendrá que decirte que te laves la cara porque tus propios amigos te han dado la alerta y eso funciona de forma ipsofacta.
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Es 100% seguro que si desaparece algún objeto o hay que averiguar quien ha cometido un pequeño “delito” nadie haya sido y jamás descubramos al culpable. Otra ventaja.
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Es 100% seguro que la comida desaparecerá del plato en microsegundos. Tienes dos opciones: o eres Billy el rápido o aprendes a serlo.
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Es bastante probable que te vistan con ropa de chico si eras chica o ropa de chica si eres chico si la situación lo requiere.
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Es bastante probable que tu técnica de llorar hasta agotar no funcione porque no te haremos ni caso igualmente.
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Es bastante probable que te hagas pis encima (por no decir otra cosa) esperando a entrar en el baño. Y en este caso, da igual que haya dos. Si en una familia «normal» siempre están ocupados, no os imagináis como es compartirlo con 14 personas.
Y podría seguir con una larga lista…
Como veis el despiste/desorden reina en el hogar porque por muy atenta que estés algún fleco se queda suelto. Créanme. Las que sois madres de uno o dos niños comprenderéis al instante el agotamiento mental que produce todo esto.
¡Sigamos!
Una manera de llamar la atención bastante curiosa de mis hermanos era meterse cualquier objeto (no importaba qué) por la boca o por la nariz. En sus ansias por descubrir su cuerpo y conocerse, los niños pequeños comienzan a experimentar y durante ese proceso más vale estar con los ojos bien abiertos.
Mi hermano Tino en su afán por seguir llamando la atención creyó que era buena idea irse a la cama con algún pequeño juguetito en la boca.
Una noche en una de mis revisiones nocturnas en las que comprobaba que todos respiraban bien y dormían plácidamente, me llevé una gran sorpresa. Siguiendo mi ritual diario acercaba el oído al pecho y ponía mi mano en él. Ese día Tino respiraba raro, no como todos los días. Tenía entreabierta la boca, lo suficiente para poder respirar y que le entrara aire. Y fue en esa pequeña apertura donde pude ver que tenía algo en su interior. Le abrí la boca y efectivamente: tenía un mini soldadito de juguete. Este no fue un episodio aislado, ocurrió un par de veces más sustituyendo al pequeño soldadito por algún otro cachivache.
En otra ocasión, el agujero fue el que cambió, remplazando la boca por la nariz.
Tino y Nohelia poniendo en práctica un juego que ellos consideraban divertido decidieron introducirse por la nariz cereales. Ni uno ni dos. Un par en cada orificio, es decir, cuatro por cabeza. Fue una odisea intentar sacar de la nariz los malditos “Kelloggs Smacks” de la Rana. No estaban ni mis padres ni nadie mayor que pudiera ayudarme, así que bajé a buscar al portero y él acudió a nuestro rescate. Con pinzas de depilar intentamos sacar algunos, pero otros estaban tan adentro que no hubo otra opción que llevarles a urgencias.
Un episodio más reciente y también relacionado con “narices” sitúa a Uriel en el protagonista de la historia.
Hacía ya un tiempo que al acercarme a dar un beso a Uriel en la mejilla algo olía mal (literal), pero no le dimos importancia. Siguió pasando el tiempo y el olor se agudizaba. Un día creyendo saber de dónde venía el hedor cogí un espejo en dirección a su nariz y en el fondo, muy fondo vi algo negro. Ese día fuimos corriendo a urgencias ¡otra vez! porque incluso sangraba. Una vez allí le metieron un tuvo por la nariz y le sacaron algo que estaba tan podrido que no sabían identificar qué era.
Antes de finalizar, contar como curiosidad mi eterna relación amor-odio con los hospitales. Amor porque nos han ayudado mucho, odio porque no sabéis las de veces que me he encontrado en sus malditas salas de espera.
En una ocasión, recuerdo acompañar a mi padre porque Tino se había hecho una brecha en la cabeza. Cuando mi padre se acercó a ventanilla para dar los datos de mi hermano dijo:
– Se llama Eugenio Bueno y tiene 8 años.
Una vez le dejaron pasar me acerqué a la mujer y le dije:
-Perdona, mi padre se ha confundido. El niño que acaba de entrar se llama Jesús Bueno y tiene 6 años. No tenemos ningún hermano que se llame Eugenio – y le di la tarjeta sanitaria que mi padre me había dado para poder entrar rápido con Tino.
¡Los nervios! En su defensa tengo que decir que su hermano se llama Eugenio y que yo soy la primera que llamo a la «susodicha o susodicho» por todos los nombres menos por el que corresponde.
En un capítulo solo no me da “espacio” a contar más historias curiosas, pero continuaré en el siguiente, pero sí: nos hemos perdido en centros comerciales y los hemos alborotado, en parques, ahogado en piscinas, perdido en la playa, volado por los aires, comido arena “por los ojos”, pillados por las puertas del metro, atragantado con huesos de aceitunas, jamón serrano, melocotones, salchichas y con el queso fundido de las pizzas, ¡Ojo al dato!
En fin, no me daría la vida para contar todas las anécdotas que estoy segura que comparto con otras familias sin que sean numerosas, pero en este caso la perspectiva es la de afrontarlo como hermana no como madre o padre.
¡Diversión!
